La evolución del protocolo de Edmonton no ha evitado la vuelta a la insulina a corto plazo. Por lo tanto, la investigación de terapias celulares sigue en auge, pero sin fecha para el salto a la clínica.
Ramón Gomis, director del Instituto de Investigaciones August Pi i Sunyer (Idibaps).
Las expectativas que generó el protocolo de Edmonton en 1999 no parecen haberse cumplido, a pesar del empeño de múltiples investigadores en avanzar en esta técnica de trasplante de islotes pancreáticos desarrollada con el objetivo de liberar definitivamente a los pacientes con diabetes tipo 1 de la dependencia a la insulina. Mientras tanto, la investigación con células madre ha avanzado considerablemente en el terreno preclínico, aunque a estas alturas ya casi nadie se atreve a poner un plazo al salto a la clínica.
Uno de los mayores expertos en España en medicina regenerativa aplicada a la diabetes, Ramón Gomis, director del Instituto de Investigaciones Biomédicas August Pi i Sunyer (Idibaps), de Barcelona, resume en pocas palabras los efectos de este tratamiento: "Revierte la diabetes, pero el efecto dura muy poco". Lo cierto es que esta vía no se ha abandonado totalmente, tal y como exponen los autores de una revisión publicada recientemente en Stem Cells International. Thomas Linn y sus colaboradores de la Universidad de Giessen (Alemania) describen el progresivo perfeccionamiento del protocolo inicial, que se ha traducido no sólo en un retraso de la vuelta a las inyecciones de insulina, sino también en una reducción de los páncreas de cadáver necesarios para cada trasplante y en una disminución de las complicaciones secundarias de la diabetes tipo 1, como retinopatía, neuropatía o problemas macrovasculares.
También se han registrado avances en cuanto a la inmunosupresión requerida, aunque, al igual que ocurre con el resto de modalidades de trasplante, aún estamos muy lejos de poder prescindir de ella. Un proyecto europeo, denominado Elastislet, investiga el encapsulamiento de las células beta productoras de insulina en el interior de cápsulas diseñadas a partir de materiales innovadores con el fin de frenar la respuesta inmune posterior al trasplante.
Pero la necesidad de inmunosupresión a largo plazo es sólo uno de los escollos que enumera el equipo de Thomas Linn en su revisión. También hay que considerar la escasez de órganos de cadáver, el riesgo de ataque de los islotes trasplantados por componentes del sistema inmune innato, la necesidad de retrasplantes por la escasa capacidad regenerativa de los islotes y la vuelta a la administración de insulina al cabo de entre uno y cinco años. Por todas estas razones, el grupo alemán propone la búsqueda de otros tratamientos potencialmente definitivos para la diabetes tipo 1, entre los que destaca el empleo de células madre.
Gomis confirma que la investigación de terapias celulares se encuentra en plena ebullición: "Se están consiguiendo resultados muy interesantes y en algún momento saltará la chispa". No obstante, se muestra prudente y reconoce que hay que superar muchos obstáculos e "hilar muy fino para pasar a los estudios en humanos". Por ejemplo, un aspecto crucial es la homogeneidad, que se plasma en la importancia de que "las células sean idénticas en la capacidad de responder al ambiente hipoglucémico". Otro tema clave es la revascularización, es decir "inducir un lecho vascular adecuado" para las células trasplantadas, ya que una revascularización insuficiente lleva a la muerte de las células por apoptosis.
El equipo de Gomis trabaja intensamente tanto en el terreno de la revascularización como en el de los protocolos de diferenciación celular. "Hemos conseguido pasar directamente de fibroblasto humano a célula productora de insulina, sin la fase intermedia de obtener células de pluripotencialidad inducida (iPS)".
En lo que respecta al tipo de célula madre más adecuada, Thomas Linn y sus compañeros se decantan por las células madre adultas mutipotentes porque "pueden extraerse del propio paciente, son menos propensas a la malignización de las células madre embrionarias y ya se han iniciado con éxito ensayos clínicos con ellas". En concreto, apuestan por las células madre mesenquimales, que son células "no hematopoyéticas, multipotentes y autorrenovables".
"Estamos avanzando", concluye Gomis, pero no tan rápido como se esperaba en un principio. "Muchos científicos creían que la medicina regenerativa estaba a la vuelta de la esquina".
Las aplicaciones clínicas aún se encuentran muy lejos, pero los resultados de los abundantes estudios que se publican en revistas de alto impacto pueden tener una utilidad mucho más inmediata: el desarrollo de modelos animales que permitan probar de una forma mucho más certera la eficacia y seguridad de los nuevos fármacos para combatir la diabetes.
Este podría ser el destino de los avances logrados por Douglas Melton, del Instituto de Células Madre de la Universidad de Harvard, en Estados Unidos, y su equipo. El trabajo que publicaron hace una semana en Nature Communications muestra que las células beta obtenidas a partir de células de pacientes con diabetes tipo 1 son funcionales en ratones.
Los investigadores obtuvieron fibroblastos de tres diabéticos, las diferenciaron en células beta y las trasplantaron en un modelo murino, donde desplegaron sus funciones primordiales: la producción de insulina y la regulación de los niveles de glucosa en sangre. Estos resultados se mantuvieron a lo largo de varios meses y las células derivadas de pacientes pasaron la prueba de la comparación -tanto in vitro como in vivo- con células productoras de insulina normales. Ahora será necesario ampliar el número de muestras de afectados para que quede reflejada la diversidad de la patología.
Las terapias con células madre, y entre ellas las encaminadas a curar la diabetes tipo 1, han alimentado las esperanzas de muchos pacientes, a veces sin demasiada base real. La Sociedad Internacional para la Investigación con Células Madre (ISSCR) ha decidido tomar cartas en el asunto con la publicación en Science de unas nuevas guías para contener la exageración de resultados. Los autores de estas recomendaciones reconocen que la especulación optimista "puede ser una fuerza constructiva que ayude a atraer financiación y a construir comunidades de investigación", pero añaden que "el autobombo continuado no puede, en su conjunto, considerarse una fuerza positiva". Por eso, las guías instan a los científicos a evitar las declaraciones optimistas cuando los hallazgos sean preliminares y no se encuentren en la fase clínica. También se recomienda una comunicación al público en la que no se mezcle el lenguaje de la investigación con el de la asistencia sanitaria.
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