La inoculación de células madre en el área cerebral dañada permite a pacientes que habían sufrido un ictus hacía más de seis meses recuperar parcialmente su movilidad.
Cada año, más de 17 millones de personas de todo el mundo y cerca de 120.000 españoles padecen un ictus o accidente cerebrovascular, esto es, una disminución u obstrucción del flujo sanguíneo en el cerebro –ictus isquémico, anteriormente denominado ‘infarto cerebral’– o una hemorragia por la rotura de un vaso sanguíneo cerebral –ictus hemorrágico, otrora conocido como ‘derrame cerebral’–. Un ictus que, a día de hoy, se corresponde con una de las primeras causas de mortalidad y discapacidad en todo el planeta. No en vano, en torno a un 30% de las personas que sufren el episodio fallece a consecuencia del mismo y hasta un 40% adquiere una discapacidad grave. De hecho, la gran mayoría de los 300.000 pacientes que, solo en nuestro país, han sobrevivido a un ictus presenta algún tipo de discapacidad residual. De ahí la importancia de un nuevo estudio dirigido por investigadores del Centro Médico de la Universidad de Stanford (EE.UU.), en el que se demuestra no solo la seguridad, sino también la eficacia, de la terapia con células madre en el tratamiento del ictus.
Concretamente, el estudio, publicado en la revista «Stroke», demuestra que la inyección intracraneal de unas células bautizadas como ‘SB623’ en pacientes que sufrieron un único ictus hacía ya 6-36 meses no solo no se asocia con ningún efecto secundario, sino que mejora de forma ostensible la capacidad motora de los afectados. De hecho, algunos pacientes que no podían mover sus brazos fueron capaces de hacerlo tras el tratamiento. Y algunos de aquellos postrados en una silla de ruedas pudieron volver a caminar.
Y estas células ‘SB623’, ¿qué son? Pues básicamente, son células madre mesenquimales derivadas de la médula ósea de dos donantes voluntarios. Y si bien estas células mesenquimales tienen la capacidad de diferenciarse en multitud de células de distintos tejidos, fueron previamente modificadas para promover su diferenciación en neuronas cerebrales.
En el estudio, los investigadores seleccionaron a 18 pacientes que, con una edad promedio de 61 años, habían sufrido un único ictus en la corteza cerebral –esto es, la capa más externa del cerebro–. El tiempo transcurrido desde la presentación del accidente cerebrovascular osciló entre los 6 meses y los tres años.
Una vez los participantes fueron anestesiados, los autores practicaron un pequeño agujero en sus cráneos e inocularon las células ‘SB623’ en distintos puntos de la periferia de la zona dañada. Y una vez concluido el procedimiento, los pacientes solo tuvieron que pasar una noche en el hospital antes de poder volver a sus casas.
El seguimiento de los pacientes mostró la falta de efectos secundarios asociados a la terapia con células madre. Es cierto que hasta un 78% de los participantes padeció dolores de cabeza transitorios, pero este efecto adverso obedeció a la técnica empleada para la inoculación de la terapia –la ‘trepanación’ del cráneo– y no a la acción de las células ‘SB623’. Sin embargo, el principal logro demostrado en el estudio no es la seguridad del procedimiento, sino la recuperación observada en los participantes.
Como destaca Gary Steinberg, director de la investigación, «nuestro estudio es pequeño y fue diseñado básicamente para evaluar la seguridad del procedimiento. Pero los pacientes mejoraron de una forma notable, y esta mejoría no solo fue estadísticamente significativa, sino clínicamente aparente. Habían recuperado de forma visible su capacidad para moverse, algo que no tiene precedentes. Y es que a los seis meses de sufrir un ictus, uno no espera observar ya ninguna recuperación».
En este contexto, debe recordarse que a día de hoy ya existen tratamientos eficaces para el tratamiento del ictus. El problema es que, para garantizar su eficacia, deben ser administrados en las primeras horas posteriores al episodio. Una limitación, por el contrario, de la que escapa el procedimiento descrito en el nuevo estudio.
Distintos estudios previos habían demostrado que, una vez trasplantadas, las células madre mesenquimales comienzan a morir al cabo de un mes y no sobreviven más allá de dos meses. Sin embargo, las mejorías en la función motora de los participantes no solo se llevaron a cabo durante los primeros dos meses del estudio, sino que en algunos casos se prolongaron hasta más allá de los 24 meses de seguimiento.
Como explica Gary Steinberg, «es probable que los factores secretados por las células mesenquimales durante el postoperatorio inmediato hayan estimulado la regeneración o reactivación a largo plazo del tejido nervioso circundante».
Es más; la recuperación de la capacidad motora fue independiente de la edad de los pacientes. Como concluye el director del estudio, «las personas más mayores no suelen responder tan bien a los tratamientos, pero lo que hemos visto es que los pacientes que ya han superado los 70 años también logran una recuperación notable».
No hay comentarios:
Publicar un comentario