La enfermedad de Parkinson (EP) es una enfermedad neurodegenerativa común que afecta de 7 a 10 millones de personas en todo el mundo (aproximadamente 100.000 españoles afectados). Y si tiene un impacto social tan grande, ¿Por qué no existe aún una cura? Ello se debe a su inmensa complejidad, la falta de métodos de diagnóstico certeros y al desconocimiento de la causa de la enfermedad.
La EP se caracteriza principalmente por síntomas motores tales como bradicinesia (lentitud de movimientos), rigidez (aumento del tono muscular), temblor en reposo e inestabilidad postural. Es un proceso crónico en el que las células dopaminérgicas, cuyo neurotransmisor es la dopamina, mueren progresivamente. Para cuando los síntomas se manifiestan, más del 60% de las neuronas dopaminérgicas se han perdido y es esta disminución de los niveles de dopamina en el cerebro lo que provoca una gran dificultad para coordinar y controlar los movimientos del cuerpo.
Actualmente, el diagnóstico de la EP se hace con técnicas de escáner cerebral mediante las cuales se puede observar el sistema dopaminérgico. Esto no proporciona un diagnóstico claro, sino más bien orientativo, que sirve para descartar otros trastornos. Es importante recalcar que el 20% de los enfermos de Parkinson no tiene temblores, en cuyo caso el diagnóstico es complicado y sólo es seguro en la autopsia. La EP reviste una gran complejidad ya que los afectados pueden manifestar síntomas no motores, como trastornos del sueño, pérdida del olfato, depresión y alucinaciones.
Por lo tanto, su diagnóstico temprano es muy difícil puesto que en los primeros estadíos de la enfermedad, el paciente presenta síntomas que pueden ser atribuidos a otros trastornos, lo que implica la elaboración de diagnósticos erróneos. La falta de métodos de diagnóstico certeros se debe a que no existe un marcador biológico para esta enfermedad. Un marcador biológico o biomarcador es aquella sustancia utilizada como un indicador de un estado biológico, ya sea normal o patológico. Por ejemplo, la procalcitonina es un indicador de infección bacteriana, o el colesterol alto de enfermedad cardiovascular.
Las características ideales de un biomarcador son varias pero ante todo la alta especificidad para una enfermedad concreta. En el caso de la EP, un biomarcador de riesgo puede ser un gen ya que un 5% de los pacientes heredan la enfermedad. A día de hoy, hay 6 genes descritos cuyas mutaciones están directamente ligadas a la enfermedad (y otros 10 genes cuya asociación a la EP es aún confusa). Sin embargo, el 95% de los pacientes desarrollan la EP de manera esporádica y es en este caso donde es más necesario que nunca encontrar un biomarcador fiable.
La frase más repetida en los artículos científicos sobre la EP, y muy tristemente cierta, es “the aetiology of Parkinson’s disease remains still unknown” (‘se desconoce aún la etiología de la enfermedad de Parkinson’). La edad es el mayor factor de riesgo, pero existe ese 5% de pacientes que han heredado la EP que la manifiestan antes de los 50 años. Un conocido ejemplo es el actor Michael J. Fox, protagonista de la saga ‘Regreso al futuro’, al cual le diagnosticaron la enfermedad a los 30 años y que desde entonces ha sido un importante activista por la investigación a través de su propia fundación.
Entonces ¿qué es lo que pasa en las células que las lleva a morir? El descubrimiento de genes ligados a la EP ha impulsado la investigación de los últimos años. A finales de los noventa se descubrió que la proteína α-sinucleína, cuya conformación es anómala en la mayoría de los pacientes con EP genética, también se agregaba en pacientes con EP esporádica. Dicho de otra manera, se abrió la posibilidad de que ambas formas de la enfermedad, hereditaria y esporádica, compartiesen el mismo mecanismo celular que induce la pérdida de las neuronas dopaminérgicas.
De forma que es esencial entender cómo estos genes funcionan y, aún más importante, los efectos de las mutaciones de estos genes. En general, se han hallado dos principales procesos implicados en el daño neuronal: 1) las proteínas de estos genes mutados adoptan unas conformaciones raras que las llevan a agregarse, no pudiendo ser eliminadas; y 2) las mitocondrias, encargadas de proporcionar energía a la célula, dejan de funcionar correctamente, a causa de un grave estrés oxidativo. Ambas hipótesis, se desconoce si por separado o juntas, conducen a la muerte de la célula. Si bien éstas son las dos mayores líneas de investigación en el campo de la EP, se ha observado que la exposición a algunos pesticidas y neurotoxinas también desencadena Parkinson, por lo que no se puede descartar el factor ambiental.
Las terapias usadas actualmente en los pacientes diagnosticados con la EP buscan minimizar los síntomas pero no resuelven su origen. Por ello es esencial indagar en el mecanismo que lleva a las neuronas a morir. El desarrollo de una nueva terapia o de un nuevo fármaco pasa por la experimentación primero en sistemas celulares y después en sistemas animales que reproducen la enfermedad, antes de su aprobación para su uso en seres humanos. El problema es que ninguno de los modelos de ratas o ratones generados hasta ahora reproduce la EP en su totalidad.
La primera razón es que la EP sólo se da en los seres humanos y resulta muy difícil reproducir síntomas tan específicos como complejos en estos animales. La aparición de síntomas no motores ha llevado a los investigadores a pensar que otras aéreas del cerebro, diferentes a la implicada en el control de los movimientos voluntarios, están afectadas, incrementando aún más la complejidad de la enfermedad.
El segundo gran problema es que la EP tarda de media una década en desarrollarse por completo en los humanos y debe ser resumida en un máximo de 2 años en el ratón puesto que su ciclo de vida no da para más. Desde un punto de vista científico, y en el caso concreto de las enfermedades neurodegenerativas, es mejor experimentar con primates porque su cerebro se asemeja más al humano. Desde un punto de vista práctico, hay pocos grupos en el mundo que lo hagan por el elevado coste económico y los obstáculos éticos que supone experimentar en estos mamíferos.
En definitiva, el campo de la enfermedad de Parkinson (y de otras enfermedades neurodegenerativas como el Alzheimer) tiene aún muchas preguntas por responder, sobre todo relacionadas con la causa de la enfermedad. Hace apenas más una década que se descubrieron los genes ligados a la EP y es cierto que mucho se ha avanzado desde entonces. En los últimos años, se han dado prometedores progresos en terapia génica, que buscan aliviar la sintomatología de la enfermedad, y en la investigación con células madre, que podrían sustituir las células dopaminérgicas muertas. No hay que olvidar nunca que la investigación científica sirve para impulsar la medicina, cuyo último fin es ayudar y curar a los pacientes.
Enlaces:
Investigación con células madre para la enfermedad de Parkinson
‘Nueva terapia génica contra el Parkinson’
Anuncio de Michael J. Fox por la investigación con células madre:
La EP se caracteriza principalmente por síntomas motores tales como bradicinesia (lentitud de movimientos), rigidez (aumento del tono muscular), temblor en reposo e inestabilidad postural. Es un proceso crónico en el que las células dopaminérgicas, cuyo neurotransmisor es la dopamina, mueren progresivamente. Para cuando los síntomas se manifiestan, más del 60% de las neuronas dopaminérgicas se han perdido y es esta disminución de los niveles de dopamina en el cerebro lo que provoca una gran dificultad para coordinar y controlar los movimientos del cuerpo.
Actualmente, el diagnóstico de la EP se hace con técnicas de escáner cerebral mediante las cuales se puede observar el sistema dopaminérgico. Esto no proporciona un diagnóstico claro, sino más bien orientativo, que sirve para descartar otros trastornos. Es importante recalcar que el 20% de los enfermos de Parkinson no tiene temblores, en cuyo caso el diagnóstico es complicado y sólo es seguro en la autopsia. La EP reviste una gran complejidad ya que los afectados pueden manifestar síntomas no motores, como trastornos del sueño, pérdida del olfato, depresión y alucinaciones.
Por lo tanto, su diagnóstico temprano es muy difícil puesto que en los primeros estadíos de la enfermedad, el paciente presenta síntomas que pueden ser atribuidos a otros trastornos, lo que implica la elaboración de diagnósticos erróneos. La falta de métodos de diagnóstico certeros se debe a que no existe un marcador biológico para esta enfermedad. Un marcador biológico o biomarcador es aquella sustancia utilizada como un indicador de un estado biológico, ya sea normal o patológico. Por ejemplo, la procalcitonina es un indicador de infección bacteriana, o el colesterol alto de enfermedad cardiovascular.
Las características ideales de un biomarcador son varias pero ante todo la alta especificidad para una enfermedad concreta. En el caso de la EP, un biomarcador de riesgo puede ser un gen ya que un 5% de los pacientes heredan la enfermedad. A día de hoy, hay 6 genes descritos cuyas mutaciones están directamente ligadas a la enfermedad (y otros 10 genes cuya asociación a la EP es aún confusa). Sin embargo, el 95% de los pacientes desarrollan la EP de manera esporádica y es en este caso donde es más necesario que nunca encontrar un biomarcador fiable.
La frase más repetida en los artículos científicos sobre la EP, y muy tristemente cierta, es “the aetiology of Parkinson’s disease remains still unknown” (‘se desconoce aún la etiología de la enfermedad de Parkinson’). La edad es el mayor factor de riesgo, pero existe ese 5% de pacientes que han heredado la EP que la manifiestan antes de los 50 años. Un conocido ejemplo es el actor Michael J. Fox, protagonista de la saga ‘Regreso al futuro’, al cual le diagnosticaron la enfermedad a los 30 años y que desde entonces ha sido un importante activista por la investigación a través de su propia fundación.
Entonces ¿qué es lo que pasa en las células que las lleva a morir? El descubrimiento de genes ligados a la EP ha impulsado la investigación de los últimos años. A finales de los noventa se descubrió que la proteína α-sinucleína, cuya conformación es anómala en la mayoría de los pacientes con EP genética, también se agregaba en pacientes con EP esporádica. Dicho de otra manera, se abrió la posibilidad de que ambas formas de la enfermedad, hereditaria y esporádica, compartiesen el mismo mecanismo celular que induce la pérdida de las neuronas dopaminérgicas.
De forma que es esencial entender cómo estos genes funcionan y, aún más importante, los efectos de las mutaciones de estos genes. En general, se han hallado dos principales procesos implicados en el daño neuronal: 1) las proteínas de estos genes mutados adoptan unas conformaciones raras que las llevan a agregarse, no pudiendo ser eliminadas; y 2) las mitocondrias, encargadas de proporcionar energía a la célula, dejan de funcionar correctamente, a causa de un grave estrés oxidativo. Ambas hipótesis, se desconoce si por separado o juntas, conducen a la muerte de la célula. Si bien éstas son las dos mayores líneas de investigación en el campo de la EP, se ha observado que la exposición a algunos pesticidas y neurotoxinas también desencadena Parkinson, por lo que no se puede descartar el factor ambiental.
Las terapias usadas actualmente en los pacientes diagnosticados con la EP buscan minimizar los síntomas pero no resuelven su origen. Por ello es esencial indagar en el mecanismo que lleva a las neuronas a morir. El desarrollo de una nueva terapia o de un nuevo fármaco pasa por la experimentación primero en sistemas celulares y después en sistemas animales que reproducen la enfermedad, antes de su aprobación para su uso en seres humanos. El problema es que ninguno de los modelos de ratas o ratones generados hasta ahora reproduce la EP en su totalidad.
La primera razón es que la EP sólo se da en los seres humanos y resulta muy difícil reproducir síntomas tan específicos como complejos en estos animales. La aparición de síntomas no motores ha llevado a los investigadores a pensar que otras aéreas del cerebro, diferentes a la implicada en el control de los movimientos voluntarios, están afectadas, incrementando aún más la complejidad de la enfermedad.
El segundo gran problema es que la EP tarda de media una década en desarrollarse por completo en los humanos y debe ser resumida en un máximo de 2 años en el ratón puesto que su ciclo de vida no da para más. Desde un punto de vista científico, y en el caso concreto de las enfermedades neurodegenerativas, es mejor experimentar con primates porque su cerebro se asemeja más al humano. Desde un punto de vista práctico, hay pocos grupos en el mundo que lo hagan por el elevado coste económico y los obstáculos éticos que supone experimentar en estos mamíferos.
En definitiva, el campo de la enfermedad de Parkinson (y de otras enfermedades neurodegenerativas como el Alzheimer) tiene aún muchas preguntas por responder, sobre todo relacionadas con la causa de la enfermedad. Hace apenas más una década que se descubrieron los genes ligados a la EP y es cierto que mucho se ha avanzado desde entonces. En los últimos años, se han dado prometedores progresos en terapia génica, que buscan aliviar la sintomatología de la enfermedad, y en la investigación con células madre, que podrían sustituir las células dopaminérgicas muertas. No hay que olvidar nunca que la investigación científica sirve para impulsar la medicina, cuyo último fin es ayudar y curar a los pacientes.
Enlaces:
Investigación con células madre para la enfermedad de Parkinson
‘Nueva terapia génica contra el Parkinson’
Anuncio de Michael J. Fox por la investigación con células madre:
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