El nuevo hallazgo ofrece una fuente ilimitada de células cardiacas para su trasplante en corazones infartados.
Células del miocardio conectadas por filamentos de actina.
Numerosos estudios han demostrado que las células del músculo cardiaco –o ‘miocardio’– que mueren a consecuencia de un infarto pueden ser reemplazadas, con mayor o menor éxito, por nuevas células miocárdicas sanas procedentes de células madre. El problema que se plantea entonces es dónde obtener estas células madre. Pero un problema que, según muestra un estudio llevado a cabo por investigadores de la Universidad de Wisconsin en Madison (EE.UU.), podría solucionarse con la reprogramación gética de las células más comunes del tejido conectivo presente en todos los mamíferos: los fibroblastos, por ejemplo, de la piel.
Concretamente, los autores de este estudio publicado en la revista «Cell Stem Cell» han logrado transformar fibroblastos de ratón en células madre cardiacas –o células cardiacas ‘maestras’– capaces de diferenciarse de forma ilimitada en cualquiera de los tres tipos de células cardiacas más comunes: células miocárdicas, células del músculo liso y células endoteliales.
Como destaca Timothy J. Kamp, co-autor de la investigación, «dado que las células reprogramadas se están dividiendo de forma activa, podemos generar miles de millones de células de una forma relativamente fácil».
En el estudio, los autores identificaron 11 genes implicados en el desarrollo embrionario del corazón que podrían ser utilizados en la reprogramación de los fibroblastos. Y de estos 11 genes, lograron a su vez identificar a aquellos que realmente juegan un papel esencial, reduciendo la cifra total a 5. Es más; los autores también pudieron concretar las condiciones necesarias para llevar a cabo la transformación en el laboratorio.
Posteriormente, la manipulación de los cinco genes permitió a los investigadores reprogramar los fibroblastos en células madre cardiacas, capaces de producir miles de millones de las células –las referidas células miocárdicas, células del músculo liso y células endoteliales– que componen y hacen funcionar el corazón.
Como explica Pratik A. Lalit, director del estudio, «se trata de un ejercicio de ingeniería inversa: primero observamos los factores genéticos implicados en el desarrollo del corazón en un embrión de ratón, y luego los usamos para dirigir la reprogramación de los fibroblastos hasta una línea de desarrollo cardiaco».
Y este hallazgo, ¿tiene alguna aplicación clínica real? Pues según apuntan sus autores, tener miles de millones de células sanas resulta muy útil para el estudio de las enfermedades cardiovasculares en el laboratorio, caso de la evaluación de la eficacia y seguridad de los nuevos fármacos experimentales. Y asimismo, en último término, pueden emplearse para remplazar las células muertas en los corazones infartados.
Es más; comparado con los hallazgos obtenidos en otras investigaciones, el logro alcanzado en el nuevo estudio presenta una ventaja: los fibroblastos se transforman en células madre cardiacas, no en células madre pluripotentes inducidas, capaces de convertirse en cualquiera de los más de 200 tipos de células que se encuentran en el cuerpo humano. Es decir, las nuevas células madre solo se pueden convertir en células cardiacas. Y como alertan los investigadores, «si bien el riesgo es pequeño, existe la posibilidad de que el trasplante de células derivadas de las células madre pluripotentes inducidas acabe en un teratoma, esto es, un tumor de un tejido distinto de la línea celular para la que se realizó el trasplante».
Así, como apunta Timothy Kamp, «con las células madre cardiacas se minimiza el riesgo de formación de tumores dado que están más comprometidas con la línea cardiaca y, por tanto, presentan una menor probabilidad de formar un tumor».
Finalmente, los autores analizaron la viabilidad de ‘sus’ células madre cardiacas en un modelo de infarto. Y para ello, provocaron infartos en los ratones y les trasplantaron las células madre.
El nuevo experimento mostró cómo las células madre cardiacas emigraron a las zonas dañadas del corazón y se transformaron en células del miocardio –reparando así el músculo cardiaco– y en células del músculo liso y del endotelio –ambas implicadas en la formación de vasos sanguíneos–. Y como resultado, concluyen los autores, «las células implantadas permitieron incrementar la supervivencia de los ratones con daños coronarios».
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