martes, 21 de mayo de 2013

Opinión sobre la actual situación de la investigación española

Artículo publicado por Patricia Fernández de Lis en el enlace:
http://blogs.elconfidencial.com/tecnologia/eureka/2013/05/20/por-que-nuria-y-diego-no-deberian-volver-a-espana-4924




En un país donde la ciencia rara vez pasa de la media columna, la pasada semana se dio la situación excepcional de que dos jóvenes científicos españoles llegaron a las portadas de los diarios: la embrióloga Nuria Martí ha participado en el estudio en el que por primera vez se han obtenido células madre humanas gracias a la clonación, y el físico de partículas Diego Martínez ha sido distinguido como mejor investigador joven de Europa en su disciplina. Lamentablemente, no han sido noticia por sus éxitos científicos, sino porque la Administración española no ha sabido ni querido que esos éxitos se consigan aquí.

Nuria Martí fue despedida en uno de los EREs más sangrantes de la triste historia reciente de los recortes en la ciencia española. Francisco Camps inauguró el Centro de Investigación Príncipe Felipe de Valencia en 2005, con 60 millones de euros financiados en su mayoría con dinero de la UE, el fichaje de científicos de renombre, como el serbio Miodrag Stojkovic, al que se le pagaban 80.000 euros anuales, y la promesa de convertirlo en el centro de referencia en biomedicina de Europa. "Hoy es un gran día para la ciencia, para la Comunidad Valenciana, para España y para los que dedican su esfuerzo y su vida a la investigación", dijo entonces Camps.

Seis años después, la financiación del centro se redujo bruscamente a la mitad (de 9,7 millones anuales que tenía previstos, a 4,6), 114 de los 244 trabajadores fueron despedidos, se cancelaron 12 de las 26 líneas de investigación y se redujo un 12% de media el sueldo de los empleados que se quedaron. El CIPF pasó de ser centro de referencia a convertirse en prácticamente inviable, con unas instalaciones carísimas que nunca han sido usadas. Martí recibió una oferta de trabajo por parte de la Universidad de Ciencia y Salud de Oregón (OHSU), y allí es donde ha trabajado con el prestigioso Shoukrat Mitalipov en una de las investigaciones más importantes de la reciente historia de la biomedicina. El instituto que la despidió, mientras, se jactaba de que Martí “es un ejemplo de que el CIPF es centro de formación de proyección internacional por los profesionales que se forman en él y por las investigaciones realizadas".

Diego Martínez, por su parte, ha sido víctima del absurdo sistema de evaluación del programa Ramón y Cajal, pensado para ayudar a nuestros cerebros que se forman en el extranjero a volver a España. El Gobierno le negaba la ayuda que le permitiría el retorno a España porque “el solicitante ha alcanzado en su campo un nivel de relevancia internacional algo menor que el de investigadores de edades similares a la suya”, le dijeron, el mismo día en que la Sociedad Europea de Física le nombraba como mejor joven físico de partículas del año. No ha sido el primer científico joven de talento que cae tras un injusto y poco transparente sistema de evaluación.


Y es que los evaluadores de las ayudas que nos permitirían convencer a jóvenes como Nuria y Diego de que vuelvan a España se han encontrado con dos problemas: este año se han concedido solo 175 contratos, 75 menos que el año pasado, de entre 2.200 solicitudes, y, además, se han retrasado los pagos. El presupuesto total de esta partida es de 54 millones de euros pero, en realidad, el gasto es de 33.720 euros, que, sin ni siquiera hacer demagógicas comparativas con futbolistas o tertulianos del corazón, significa que muchos de esos investigadores ganarían menos en España de lo que ya ganan en el extranjero. Además, se les trata como a funcionarios sin serlo: el año pasado les quitaron una de sus 14 pagas, a pesar de que su contrato no es fijo.

El problema de los jóvenes científicos no es que se vayan; es que el sistema no les permita volver. El problema tampoco es que ahora no haya dinero para atraerles en esta durísima crisis; es que, con los recortes y las burocracias, estamos destruyendo nuestra capacidad para hacerlo en el futuro. A falta de poder exportar otra cosa, España se está convirtiendo en una de las mayores exportadoras de talento del mundo, y lo único que podemos desearles a Nuria, Diego y los 2.000 jóvenes que se han quedado sin Cajal este año es que sean muy felices desarrollando su talento en cualquier otra parte.

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