martes, 12 de agosto de 2014

ENTREVISTA A ANNA VEIGA EN "EL PAÍS" SEMANAL

Fuente: http://elpais.com/elpais/2014/08/04/eps/1407182133_985431.html


Es la ‘madre científica’ de la primera niña probeta, que nació hace 30 años, en España.
Hoy, Anna Veiga, busca soluciones para el alzheimer, el parkinson o la diabetes.







Hace 30 años que nació en España la primera niña fecundada in vitro. Fue el 12 de julio de 1984, en Barcelona, en el Instituto Dexeus. A la niña, que pesó 2,4 kilos, le pusieron el nombre de Victoria Anna: Victoria, por el hito que supuso; y Anna, en honor a su madre científica, Anna Veiga, una bióloga que daba por aquel entonces sus primeros pasos, rodeada de médicos, en un terreno de absoluta vanguardia. La cara de esta reputada investigadora barcelonesa se sigue iluminando cada vez que recuerda el episodio histórico que marcó su vida.

Anna Veiga tiene la mirada viva. Habla con la seguridad que dan años de rotundos éxitos. Éxitos en campos de la ciencia que tienen gran repercusión: la maternidad y la curación de enfermedades degenerativas. Un póster del museo canadiense de la contracepción, un bodegón con todos los artilugios que a lo largo de la historia han servido para evitar (o intentarlo) el embarazo, adorna la pared de su despacho en el Centro de Medicina Regenerativa de Barcelona (CMRB). Entre estos objetos, un dispositivo intrauterino antediluviano y un limón.

Actual directora del Banco de Líneas Celulares del CMRB, Veiga centra sus esfuerzos en investigar con embriones congelados sobrantes de la reproducción asistida para luchar contra el alzheimer, el parkinson, la diabetes o el cáncer. Bajo la dirección de Ángel Raya, el centro está apostando por proyectos de colaboración con hospitales y pacientes, y tiene en marcha una línea para estudiar en ratas la retinosis pigmentaria, enfermedad degenerativa del ojo. En su despacho, desde el que se ve, haciendo una pequeña contorsión, el mar, aún conserva un erizo de cristal de Swarovski que le regalaron los padres de Victoria Anna hace 30 años.

Un tintineo de pulseras acompaña las palabras de Veiga cada vez que mueve las manos para expresarse.



La investigación con células madre ha abierto grandes esperanzas para enfermos de alzhéimer, párkinson, cáncer y diabetes, que están pendientes de las investigaciones que aquí se llevan a cabo. ¿Cómo lleva usted semejante responsabilidad?

Es evidente que el campo de las células madre ha abierto un nuevo escenario para muchas personas con enfermedades crónicas y degenerativas que encuentran pocas o ninguna solución en estos momentos. Es una responsabilidad y hay que decirles la verdad de lo que estamos haciendo, transmitir lo importante que es que sigamos investigando. Pero sin falsas promesas. Las células madre son una herramienta fantástica, nos están permitiendo entender un montón de cosas, simular enfermedades en el laboratorio, probar qué fármacos pueden funcionar. Pero hay que ir con mucho cuidado a la hora de decir que pasado mañana estaremos curando el parkinson o el alzheimer.



Probablemente decir pasado mañana es delicado, pero, si damos un salto en el tiempo, ¿adónde puede llegar el ser humano gracias a estas investigaciones?

Las herramientas que tenemos hacen que podamos avanzar mucho más rápido que hace unos años. La biología molecular y los avances en genómica han abierto nuevas posibilidades, han acelerado la velocidad de crucero.



Usted es directora de Investigación, Desarrollo e Innovación del área de biología científica del Instituto Dexeus. ¿Cómo calificaría el estado en que se encuentra la investigación en España?

Yo puedo hablar de la investigación biomédica. En 2004-2005 se hizo una apuesta importante para dotar de fondos a la investigación en células madre. Se puso en marcha el CMRB, junto al Centro de Investigación Príncipe Felipe, en Valencia; y la estructura alrededor del Cabimer, en Andalucía. Se empezó a publicar, nos situamos en una posición en paralelo a otros grupos en Europa y Estados Unidos, en posiciones muy respetables dentro de la comunidad científica. Pero ahora todos nos resentimos con la crisis. El dinero público baja.



¿Diría que hay falta de sensibilidad?

Alemania y Francia no han reducido el dinero destinado a la investigación. Un país que se queda sin investigación es un país que se retrasa. Luego cuesta muchísimo recuperar el terreno. Y se ha producido un frenazo.



Que es responsabilidad de los gobernantes…

Absolutamente. Los políticos son los que deciden a qué destinan los fondos, por dónde cortan. Un país que no tiene investigación es un país que no avanza.



Retrocedamos un poco en el tiempo. Si escucha el nombre de Victoria Anna, ¿qué es lo primero que le viene a la mente?

El momento en que nace, la cesárea en ese quirófano en el que estábamos aquel 12 de julio. Fue un momento espectacular, desde todos los puntos de vista. Era la demostración clara de que habíamos conseguido replicar algo que ya se había hecho en otros sitios; la primera niña probeta nació en 1978 en Reino Unido. Victoria Anna fue la primera aquí y en Dexeus han nacido desde entonces unos 12.000 niños. En el mundo hay entre cinco y seis millones.



¿Tiene un recuerdo preciso de ese día histórico?

Fue un día eléctrico, por decirlo de alguna manera, todo muy emocionante. Yo solo tenía 27 años y estaba viviendo un momento que era la bomba. Sabíamos que estábamos abriendo la puerta a que la reproducción asistida se consolidara, que estábamos poniendo las bases de todo esto… Cuando vas a un congreso, de repente piensas: “Y toda esta gente está trabajando en eso porque nosotros nos pusimos a ello”; no es algo de lo que vas presumiendo, pero en el fondo piensas: nosotros pusimos las bases. Y te sientes orgulloso de haber creado escuela.



¿Mantiene relación con Victoria Anna?

Absolutamente. Ahora nos vemos menos porque está viviendo en Madrid. Pero tenemos una relación muy próxima. El otro día me mandó fotos del concierto en el que estuvo en Bilbao. Nos vemos un par de veces al año, fijo.



Los campos a los que se dedica ahora obtienen contestación en algunos sectores, ¿recuerda el rechazo en aquellos primeros días de la reproducción asistida?

Sí, pero no tanto como ahora. Los que protestaban eran cuatro. Que de hecho son los mismos que ahora rechazan otras cosas o que apoyan iniciativas extrañas que, esperemos, no acaben fructificando.



¿A quién se refiere?

A los grupos más radicales que apoyan leyes del aborto que van a cambiar el escenario y que son un auténtico desastre; los que no están a favor de la investigación con células madre embrionarias porque en su momento la célula venía de un embrión que se destruyó para crearla, esos grupos. Yo siempre me pregunto: cuando las células madre embrionarias den resultados a nivel clínico y puedan curar enfermedades como el parkinson o el alzheimer, ¿esa gente se va a oponer a cuidar a sus familiares? En aquellos días hubo oposición de esos grupúsculos que decían que estábamos asesinando embriones, lo que pone de manifiesto que no entendían nada de lo que estábamos haciendo. No es que vayamos en contra de la vida, es que vamos a favor: la reproducción asistida intenta que una pareja que no puede tener niños, los tenga.



En este campo, se han sucedido los avances. La congelación de óvulos está permitiendo que muchas mujeres puedan aplazar la maternidad.

Congelar óvulos se planteó como una opción para mujeres jóvenes a las que se iba a someter a tratamientos oncológicos que las iban a dejar estériles. Hay muchas mujeres que llegan a los 30 años y no han encontrado a la persona adecuada con la que tener hijos, o quieren explorar sus posibilidades profesionales. A medida que se van acercando a la menopausia, las posibilidades de quedarse embarazadas son cada vez más bajas. Eso hace que las mujeres tengan que acudir a un banco de óvulos o a una donante de óvulos. La idea es congelar tus propios óvulos para poder tener hijos a los 40.



La reproducción asistida está dando una respuesta que, tal vez, también podría tener un apoyo legislativo que permita, de verdad, la conciliación.

No es un problema legislativo, es un problema social: las mujeres siguen teniendo una dedicación a sus hijos y a sus mayores superior a la que tienen los hombres.



¿Usted consiguió conciliar cuando fue madre?

Con ayuda de mis padres; si no, no hubiera podido.



O sea que ha vivido en primera persona ese sentimiento de culpabilidad que invade a muchas madres profesionales.

Absolutamente. Es algo que dura un montón de años; cuando son muy pequeños, porque son muy pequeños. Y cuando son más mayores, porque son más mayores. En realidad, casi te necesitan más cuando son adolescentes: las bajas maternales habría que darlas cuando ellos tienen 14 años [risas]. Pero, bueno, la sensación de culpabilidad te acompaña muchos años.



¿Qué les diría a madres más jóvenes que estén pasando por ese trance?

Que intenten quitarse ese complejo de encima, que eso es malísimo; te tortura y te hace malvivir; que se intenten apoyar en su pareja. Son años muy duros. Y ya, si te permites arañar un poco de tiempo para ti, para irte de copas, o a cenar o al gimnasio, ya piensas que eres lo peor. Y eso es injusto.



¿Es esto fruto de una sociedad machista?

Sí, absolutamente.



Nos queda mucho por avanzar…

Hemos avanzado, pero todavía nos falta. Ahora se ve a chavales jóvenes con carritos por la calle, en mi época se veían muy pocos; se ven hombres con bolsas; el hombre con bolsas es ¡una nueva especie! [se ríe]. ¡Antes los hombres nunca llevaban bolsas! Las mujeres íbamos siempre cargadas; los hombres, no. Ahora sí hay.



Hablando de hombres con bolsas y avances, el campo en el que usted trabaja está muy sometido a decisiones de tipo ético o moral, ¿considera que se están produciendo avances en las mentalidades?

Vamos prosperando. La bioética, los comités de bioética (yo formo parte del de Catalunya) nos han puesto en contacto con colegas de los que he aprendido un montón porque tienen una mirada sobre todos estos temas distinta de la de los científicos. Nos enseñan a valorar las consecuencias que puede tener todo lo que nosotros estamos haciendo.



En 2005, a los 49 años, da usted un giro a su vida profesional y deja la dirección del departamento de reproducción asistida del Instituto Dexeus para lanzarse al estudio de las células madre. 

Sí, pero es un giro suave; un giro natural que otros colegas que han trabajado en reproducción asistida han hecho. ¿Por qué? Porque los que estábamos en laboratorios de reproducción asistida sabíamos cultivar embriones. Para hacer células madre embrionarias hay que partir de un embrión. Se me planteó la posibilidad y no lo dudé. Era un reto, una nueva aventura. Poder hacerlo un poco antes de los 50 fue un privilegio: normalmente, a esa edad, uno va aposentándose.



Pero a usted le va la marcha.

Sí, me va la marcha, directamente. Tampoco me ha ido mal. Al menos me lo paso bien con lo que hago.



¿Es una pasión?

Sí. Y mi actividad profesional ocupa un sitio enorme en mi vida.



En mayo de 2013 se anunció la primera clonación de células madre embrionarias de personas, por parte del equipo de Shoukhrat Mitalipov, utilizando la técnica usada con la oveja Dolly. Los autores dijeron que no se trataba de obtener personas clonadas, sino de llegar hasta la fase [fase de blastocisto del embrión, alrededor de los cinco o seis días de desarrollo] que permite extraer las células madre. Usted dio una buena acogida a este trabajo.

Costó mucho que saliera adelante. Desde el año 1997, que nace la oveja Dolly, el primer mamífero clonado… De hecho, tuve ocasión de estar con ella…



¿Con Dolly?

Sí; disecada, pero con Dolly.



¿Y cómo es Dolly? Cuéntenos…

Pues es una oveja espantosa como las demás; pero, como es Dolly, te hace más ilusión. La vi en el museo de Edimburgo donde la tienen disecada, cuando hicimos miembro honorario en la ESHRE [Sociedad Europea de Reproducción Humana y Embriología] a Ian Wilmut.



El trabajo de Mitalipov abre la puerta a la creación de bancos similares a los de cordón umbilical…

Hacer células madre embrionarias a partir de clonación permite hacerlas de personas determinadas. Si queremos tratar a una persona y lo hacemos con sus propias células, no va a haber rechazo. Si lo hacemos con células de otros, que son las que tenemos hasta el momento, sí va a haber rechazo; y además, esta manera de funcionar, desde el punto de vista operativo y económico, es inviable. Sin embargo, con las células madre embrionarias procedentes de clonación podremos hacer determinados tipos celulares que se adapten a determinados grupos de población; algo parecido a lo que se hace con los bancos de cordón umbilical.



Con la clonación sí que hay reparos…

Hay reparos, sí. Desde 1997 a 2013, son un montón de años en los que se intentan clonar embriones humanos pero no se consigue. Mitalipov hace una serie de cambios metodológicos que le permiten llegar a esas líneas de células madre obtenidas a través de un embrión clonado. Detrás de él ya han aparecido dos publicaciones más que confirman los resultados. Últimamente estamos todos bastante escamados. No sé si es porque los mecanismos de control permiten detectar mejor el fraude, o si es que siempre lo ha habido, o si ahora hay más; pero estamos todos alerta desde aquel sonado fraude del científico coreano [en referencia a Hwang Woo-Suk, quien en 2004 engañó al mundo diciendo que había clonado embriones humanos]. Ahora ha habido otro en Japón. Es algo que hace mucho daño. Hay ocasiones en que al investigador, para conseguir más financiación se le va la cabeza.



¿Es la clonación un tabú?

Es una técnica que puede servir para hacer dos cosas totalmente distintas. Para hacer células madre embrionarias, el caso de Mitalipov; o con finalidades reproductivas, que es el caso de la oveja Dolly. La clonación se ha utilizado para conservar especies en peligro de extinción, por ejemplo. En la especie humana se podría utilizar la misma técnica. Y de hecho ya han aparecido iluminados como la secta de los raelianos, que anunciaron el nacimiento de una niña clonada. Pero la niña no apareció jamás, ni se la espera.



Pero eso es posible.

Técnicamente si se consigue un embrión clonado y con él se hacen células madre, ese embrión se mete en el útero de una mujer y debería implantarse. Pero lo que es muy probable es que haya problemas de todo tipo, porque no es la manera normal de hacer un embrión. En muchos animales clonados se han visto problemas a nivel de placenta, problemas de tamaño, de malformaciones… Además, ¿clonar un ser humano, para qué?



En este mundo loco en que vivimos un iluminado podría pensar que puede perpetuarse de algún modo pagando a un profesional…

No somos solo los genes que tenemos. El entorno modula nuestro desarrollo de forma espectacular. Un 50% son los genes que tenemos y el otro 50% es el ambiente que nos rodea, cómo nos educan, cómo comemos, las enfermedades que tenemos, las piedras que nos caen en la cabeza… Todo eso tiene un efecto. Aunque quisieras clonar a alguien, no consigues la misma persona. Una persona es solo aquella persona.



Y en el terreno de los vientres de alquiler, ¿dónde coloca usted el límite?

No hay que hacer nada que, a sabiendas, esté comprometiendo el bienestar del niño que tiene que nacer.



¿Pero usted está a favor del uso de vientres de alquiler?

Preguntado así, es muy difícil de responder, no puedo contestar en global. En algunos casos podría estar justificado el uso de un vientre de alquiler. Por ejemplo, en los casos en los que no hubiera una transacción económica de por medio. O cuando estuviera muy clara la relación entre la subrogante y la pareja que utiliza ese vientre de alquiler. El problema es que nueve meses es mucho tiempo. No solo se establecen vínculos entre la madre y el feto; pueden pasar muchas cosas. No es como una donación de ovocitos, hay que ir con mucho cuidado.



¿Y en el campo de la clonación?

No está justificada en ningún caso. Y es peligrosa. Es una técnica en la que el nacimiento de ese ser puede estar gravemente comprometido. Y, aparte, ¿para qué? No digo que no ha habido alguna demanda por parte de una pareja que había perdido un hijo y que entiendes perfectamente lo que te están diciendo; igual yo también lo pediría. Pero lo que tienes que intentar es que esa pareja lleve bien su duelo y hacerles entender que ese niño que han perdido no lo van a recuperar jamás. Aunque les hiciéramos una clonación; ese niño no es repetible.



Usted ha dedicado toda su carrera a dar vida y a alargarla. ¿Qué orgullo, no?

Sí, sobre todo la he dedicado a mejorar la calidad de la vida. En reproducción, sí, a darla. Al final, todos los trabajos los normalizas y no te paras a pensar lo que suponen. En este, te das cuenta de que a algunas parejas les has cambiado la existencia; y te hace ilusión hacer algo que a alguien le ha aportado felicidad. Da un gustazo tre­mendo. La reproducción asistida es una disciplina muy agradecida: cuando sale bien es estupendo.



Oiga, y a usted, ¿qué le ha enseñado la vida?

Cuando algo te gusta tienes que ponerle muchas ganas, los resultados valen la pena. Ahora que se habla tanto de los jóvenes y su sentido del esfuerzo. Sí, en mi generación nos esforzábamos un poquito más, pero la situación era diferente. Si los chavales no se esfuerzan ahora tanto, probablemente sea nuestra culpa, porque se lo damos todo demasiado masticado.





Perfil de Anna Veiga

(Barcelona, 1956). El 12 de julio de 1984 nacía Victoria Anna Perea Sánchez. La ‘madre científica’ de esta niña, que fue el primer bebé probeta español, fue esta bióloga que ha ocupado puestos punteros en reproducción asistida e investigación con células madre. Desde 2005, dirige el Banco de Líneas Celulares del Centro de Medicina Regenerativa de Barcelona. Veiga se dedica ahora a investigar con embriones congelados para avanzar en terapias para el alzhéimer, la diabetes o el párkinson. Sigue siendo asesora científica en el Instituto Dexeus y presidió la Sociedad Europea de Reproducción Humana y Embriología.

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