domingo, 19 de mayo de 2013

Clonación: cuestión de palabras

Artículo publicado por Pepe Cervera en el enlace http://blog.rtve.es/retiario/2013/05/clones-clones-por-todas-partes.html


Pensar en buena parte empieza por abstraer; transformar grupos de cosas (manzanas individuales, todas diferentes) en un grupo único y asociarle un nombre (‘manzana’). Luego podemos manipular ese nombre en nuestros cerebros, y pensar que nos apetece una manzana sin necesidad de imaginarnos una fruta concreta, con sus detalles y sus defectos. La etiqueta, el nombre, es así una herramienta para comprender el universo. Lo malo es que este proceso está sujeto a errores y tropezones, como ocurre cuando las etiquetas en lugar de ayudar se interponen entre nosotros y nuestra comprensión. Algo de este tipo parece estarle ocurriendo a algunas religiones con respecto al recién anunciado avance tecnológico que permite crear células madre totipotentes a partir de una célula de la piel de una persona; una técnica que algún día podría revolucionar la medicina. ¿Y cuál es el problema? Que la técnica se basa en la transferencia del núcleo de una célula especializada adulta a un óvulo carente de su propio material nuclear: es decir, en la clonación. Un término que provoca rechazo instantáneo en la mente religiosa. Con una palabra hemos tropezado.

Reemplazar el núcleo de un óvulo por el de otra célula es clonar la célula original. En teoría si este óvulo se desarrollase por completo (cosa improbable y no demostrada en humanos, muy difícil en otros mamíferos) el resultado final sería una persona con la dotación genética idéntica a la del propietario del núcleo original: una reproducción perfecta, al menos al nivel genético. En la literatura y el cine este tipo de usos se asocian con ejércitos de soldados idénticos, con la misma cara, los mismos gustos y la misma errática puntería dispuestos a conquistar la galaxia.

Con la clonación, razonan algunos, sería sencillo ‘fotocopiar’ personas, y eligiendo bien el original a reproducir se pueden obtener inmensas multitudes de copias idénticas. Todas, además, con la misma personalidad y recuerdos del original, al estilo Multiplicity. Porque no todo han de ser sagas de conquista galáctica; el argumento de la fotocopia humana también funciona muy bien en la comedia.

Por supuesto que esto es una soberana tontería. Un clon tardaría en crecer el mismo tiempo y tendría las mismas necesidades alimenticias y educativas que cualquier otro ser humano: para crear un ejército clon harían falta 18 o 10 años, e instalaciones para albergar, cuidar y formar a todos ellos. La memoria no se alberga en el código genético, por lo que las copias carecerían de las habilidades o entrenamientos del sujeto progenitor; todo tendrían que aprenderlo. Pero si el coste de criarlos es el mismo que con humanos normales, ¿por qué no usar éstos, que los puedes reclutar ya criados y no tienen gastos de fabricación?

Además un experimento natural repetido millones de veces confirma que los clones no tendrían personalidades y gustos idénticos, ni siquiera criados en el mismo lugar: los mellizos idénticos criados juntos desarrollan personalidades diferentes. La clonación no supone una amenaza militar.

De hecho para sus críticos el problema parece ser de definición: para ellos un óvulo con un núcleo que contiene una dotación completa de cromosomas es, ipso facto, un embrión, y por tanto humano y no sacrificable. Esta definición ampliada hace imposible la experimentación o la fabricación de células intermedias para su transformación en células madre que después pueden convertirse en tejidos especializados, ya que destruir un embrión humano sería moralmente equivalente al aborto, y por tanto un asesinato. El problema, por tanto, es de definición.

Según esta interpretación la clonación como técnica es abominable porque su producto son embriones, que adquieren automáticamente estátus humano y por tanto inviolabilidad. No importa que se trate de una única célula; no importa que su núcleo contenga el genoma completo de otra persona. La etiqueta que la designa (‘embrión’) automáticamente condena a la técnica que la crea (‘clonación’) y provoca el rechazo de cualquier derivado, por positivo que pueda ser para la cura de enfermedades o heridas.

En otras palabras: la decisión de incluir dentro del paraguas de una palabra (persona) a un determinado tipo de células en función de su dotación cromosómica condena a incontables seres humanos completos y reales al sufrimiento en el nombre de la protección de la santidad del ser humano. La definición de una palabra se convierte en una condena de una técnica con independencia de las ventajas que pueda suponer. Y la frontera de lo que es un ser humano se amplía hasta límites insospechados que pueden acabar poniendo en un brete a las religiones, a la medicina y hasta a la Humanidad (¿tendremos que garantizar el derecho a la vida de células aisladas, si aprendemos a transformarlas en óvulos?).

Va siendo hora de redefinir los términos de modo que mejoren nuestra comprensión del Universo, en lugar de transformarse en barreras que bloquean nuestra visión. Las palabras no deberían ser obstáculos, sino herramientas de sabiduría. La abstracción mal hecha puede causar más daño que inteligencia.

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