Se pensó como un «Titanic» de la investigación, y, como el barco, el sueño hizo aguas. Era un macrocentro de 32.500 metros cuadrados construidos en una parcela de 50.000, con capacidad para 900 empleados y, entre otros detalles, un animalario de 4.700 metros cuadrados. El Instituto de Medicina Molecular Príncipe de Asturias (IMMPA) se proyectó entre 2005 y 2006 como la espuma de los tiempos felices, una época despreocupada donde podía nacer un centro de estas dimensiones sin un esquema claro ni de recursos humanos ni económicos.
El IMMPA se construyó junto al Hospital Príncipe de Asturias y la Facultad de Medicina, en Alcalá de Henares (Madrid), con la idea de convertirlo en una referencia en biomedicina traslacional, un abanico enorme que iría desde los aspectos más básicos de la investigación a las camas del hospital. El IMMPA iba a ser ese centro que permitiría trasladar con rapidez los logros científicos del laboratorio a los pacientes. Su diana eran las enfermedades del sistema inmune, el cáncer y el envejecimiento humano, con especial interés en medicina regenerativa y en el tratamiento con células madre.
El presupuesto inicial sumaba 27 millones de euros, pero el edificio terminó por comerse 40 millones. En noviembre de 2011 se entregó al Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), vacío, desnudo. Una enorme patata caliente en manos del físico Emilio Lora-Tamayo, que aceptó el reto de presidir esta institución a principios de año.
Este «Titanic» faraónico era, en la práctica, un centro muerto, sin dinero para «vestirlo» (sólo mantenerlo abierto costaría seis millones de euros anuales) y sin científicos que hubieran mostrado su predisposición a instalarse entre sus muros. En el proyecto inicial se barajó la idea de que una Fundación pilotara el centro y buscara recursos y personal. Pero la Fundación nunca llegó a crearse, los recursos no existían y el personal, tampoco. Ni siquiera el impulsor del centro, Carlos Martínez, expresidente del CSIC, expresó su deseo de trasladarse al nuevo centro.
En esas circunstancias, el actual equipo del Consejo Superior de Investigaciones Científicas encargó a un pequeño grupo de tres expertos radiografiar la historia del IMMPA, lo que había ocurrido, y de proponer soluciones. Ese retrato de situación es demoledor, y refleja una ausencia de planteamiento sostenible, sin un proyecto científico ni plan de financiación ni de recursos humanos.
Junto al IMMPA se proyectó en su momento un segundo edificio destinado al Instituto Cajal, centro de unas doscientas personas al que su sede en Madrid se le ha quedado pequeña. Esta segunda instalación iba a costar 29 millones, pero solo llegaron a ponerse los cimientos. Se paralizó la obra por falta de recursos, aunque no sin coste. Pagar el proyecto del edificio, indemnizar a la constructora y frenar la obra le ha costado al Estado 1,7 millones de euros.
En el proyecto de solución planteado por el grupo de expertos y avalado por la dirección del CSIC, el Instituto Cajal es una pieza clave. En ese planteamiento de salvación, que se pondrá en marcha en las próximas semanas, se quiere que el nuevo centro, al que se cambiará el nombre, no se aleje demasiado de su finalidad inicial. Por eso, una parte del edificio estará destinada al Cajal, el centro de investigación neurobiológica más antiguo de España. Sus doscientos empleados se trasladarán al nuevo edificio en un plazo de tiempo por determinar, pero no excesivamente largo.
La segunda parte de la solución al laberinto encontrada por el equipo de crisis del CSIC es recuperar la idea del centro de biología y medicina traslacional, pero con dimensiones racionales y moderadas. Según se cree, habría hasta cincuenta grupos de investigación que podrían encajar en el nuevo proyecto. Ninguno de ellos ha sido por ahora consultado al respecto, aunque sí se conoce la predisposición del equipo de Melchor Álvarez de Mon, catedrático de Medicina en la Universidad de Alcalá y experto en inmunología.
Para concretar esta segunda parte del plan, el CSIC se dispone a elegir un promotor científico de la operación, encargado de analizar el proyecto, contactar con los grupos, movilizar y dinamizar el centro. Se busca (parece que ya hay una persona con la que se mantienen conversaciones) un científico respetado con experiencia de gestión. En pocas semanas se pondrá al frente del centro.
La tercera parte del puzzle insiste en la necesidad de que el centro sea rentable. Hay muchas ideas, aunque la mayoría pasan por alquilar estas instalaciones a empresas farmacéuticas y cosméticas interesadas en la investigación. Se confía en crear una incubadora de empresas con base tecnológica, relacionada con la «bioárea», que casa con el fuerte componente médico del llamado Corredor del Henares.
Además, se piensa en externalizar el animalario para que una empresa privada se encargue de su gestión y mantenimiento. Eso implicaría que los propios científicos del CSIC que trabajen en el centro tendrían que pagar por su utilización. El animalario podría alquilar sus servicios a otros centros de investigación o empresas privadas, farmacéuticas y cosméticas, por ejemplo. Otra posibilidad estudiada para conseguir dinero es reformar la zona de comedores y alquilarla a la Comunidad de Madrid. En esos metros sobrantes, el cercano Hospital Príncipe de Asturias podría instalar parte de sus consultas externas.
Esta tercera pata del tratamiento para recuperar el vacío IMMPA requeriría el liderazgo de una segunda figura, un ejecutivo capaz de aportar soluciones imaginativas. Hay que tener en cuenta que, según calculan los expertos del CSIC, «vestir» el edificio y ponerlo en marcha costaría entre 8 y 15 millones, y mantener abierto todo el centro saldría por 6 millones anuales, sin tener en cuenta los sueldos del personal. En los despachos del CSIC se cree que esa triple fórmula de actuación, servirá para «poner en valor» y «hacer sostenible» un macrocentro hoy todavía cerrado.
El IMMPA fue concebido para integrar toda la cadena de investigación en un edificio: hospital, paciente, médico, investigadores clínicos y básicos. Sin embargo, esa idea general que algunos expertos consideran razonable, nunca estuvo apoyada por un plan viable. Estos días, los obreros han retirado las enormes letras que anunciaban el edificio, la metáfora de un fracaso. Dentro de unos días tendrá otro nombre con el que volver a empezar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario